miércoles, 25 de enero de 2017

Relación disléxica


Aun dudo de si era hombre o un mono con boca de pato; ornitorrinco, brujo o un cocodrilo mago.  
En principio me llamó la atención por sus pasos, caminaba para atrás, despacio; cantaba una canción inentendible que terminaba con el principio; y otra cosa… llevaba los brazos en alto como si estuviese en perfecta posición para atajar una pelota de voley.
Me fui acercando de a poco, me ubiqué paralela a su cuerpo  también caminando hacia atrás; para que no me vea. Descubrí que había dado vuelta sus pies y que con la punta de su dedo gordo, señalaba los míos. Me detuve; casi casi nos chocamos entonces yo di un salto y un suspiro… el hombre mono cocodrilo mago giró el cuello y nos miramos.
Tenía los ojos dulces, llenos de miel y de aceituna; sonreía como un niño con los cachetes colorados… entonces me presenté; soy Nevenka, le dije; casi con vergüenza por haberlo espiado… “yo no sé quién soy”, me dijo. Metió su mano derecha en uno de sus bolcillos del pantalón y sacó una moneda y me invitó a jugar “cara o seca? , es mi juego preferido”; dijo.
Mientras hacíamos volar la moneda casi de memoria, me dediqué a observar los detalles de su cara; el movimiento de sus manos, su pequeño cuerpo; ágil y liviano. Toda su ropa estaba puesta al revés: el pantalón en los brazos, un collar en la cintura, la remera en las piernas; un soquete de pulsera  y todas pero todas las etiquetas de la ropa del lado de afuera; a la vista, como pequeños cartelitos decorativos.
Comencé a reír a los gritos, como si fuera lo único que mi sistema nervioso podía accionar¸ con el dedo índice señalé cada cosa “desordenada”, me reí de sus adornos, de sus pies, de su modo de caminar, de su canción, de su existencia entera.
Él se quedó en silencio y mirándome, de vez en cuando una pequeña sonrisa tierna, de vez en cuando una respiración profunda.
Se quedó tanto en silencio que salí corriendo; me arrodillé detrás de una pirquita de piedras y seguí espiándolo, él retomó la canción donde había dejado y siguió avanzando, esta vez para adelante, pero caminando con las manos.
Cuando miré su espalda del revés, entre medio de los omóplatos un bultito sobresalía haciendo ruido de tambor; sonaba primero algo desordenado, luego al ritmo de cada una de mis respiraciones, yo inhalaba y un tum, exhalaba y otro tum … así estuve un buen rato, observando esa maravilla de ritmo compartido, mi propio tambor sonaba junto al suyo tan perfectamente como una máquina.
Ya no tuve sensación de risa, ni de burla ni de extrañeza por la otredad, salí de mi escondite y me acerqué, esta vez tan segura y directa  como una flecha, los tambores cada vez mas fuertes, los golpes más profundos y permanentes
Bajó de sus manos, puso su cara en mi pecho y lentamente, muy lentamente fuimos tranquilizando la música, nos hicimos una bolita, y así, en la vereda, nos dormimos una siesta entretejidos, mi corazón entre sus omóplatos, las piernas como sogas anudadas, las manos bien juntas. La ropa se me dio vuelta, me puse sus zapatos, él se puso mi nariz, y soñamos, soñamos al revés.