Aun dudo de si era hombre o un
mono con boca de pato; ornitorrinco, brujo o un cocodrilo mago.
En principio me llamó la atención por sus
pasos, caminaba para atrás, despacio; cantaba una canción inentendible que
terminaba con el principio; y otra cosa… llevaba los brazos en alto como si
estuviese en perfecta posición para atajar una pelota de voley.
Me fui acercando de a poco, me
ubiqué paralela a su cuerpo también
caminando hacia atrás; para que no me vea. Descubrí que había dado vuelta sus
pies y que con la punta de su dedo gordo, señalaba los míos. Me detuve; casi
casi nos chocamos entonces yo di un salto y un suspiro… el hombre mono
cocodrilo mago giró el cuello y nos miramos.
Tenía los ojos dulces, llenos
de miel y de aceituna; sonreía como un niño con los cachetes colorados…
entonces me presenté; soy Nevenka, le dije; casi con vergüenza por haberlo
espiado… “yo no sé quién soy”, me dijo. Metió su mano derecha en uno de sus
bolcillos del pantalón y sacó una moneda y me invitó a jugar “cara o seca? , es
mi juego preferido”; dijo.
Mientras hacíamos volar la
moneda casi de memoria, me dediqué a observar los detalles de su cara; el
movimiento de sus manos, su pequeño cuerpo; ágil y liviano. Toda su ropa estaba
puesta al revés: el pantalón en los brazos, un collar en la cintura, la remera
en las piernas; un soquete de pulsera y
todas pero todas las etiquetas de la ropa del lado de afuera; a la vista, como
pequeños cartelitos decorativos.
Comencé a reír a los gritos,
como si fuera lo único que mi sistema nervioso podía accionar¸ con el dedo
índice señalé cada cosa “desordenada”, me reí de sus adornos, de sus pies, de
su modo de caminar, de su canción, de su existencia entera.
Él se quedó en silencio y
mirándome, de vez en cuando una pequeña sonrisa tierna, de vez en cuando una
respiración profunda.
Se quedó tanto en silencio que
salí corriendo; me arrodillé detrás de una pirquita de piedras y seguí
espiándolo, él retomó la canción donde había dejado y siguió avanzando, esta
vez para adelante, pero caminando con las manos.
Cuando miré su espalda del
revés, entre medio de los omóplatos un bultito sobresalía haciendo ruido de
tambor; sonaba primero algo desordenado, luego al ritmo de cada una de mis
respiraciones, yo inhalaba y un tum, exhalaba y otro tum … así estuve un buen
rato, observando esa maravilla de ritmo compartido, mi propio tambor sonaba
junto al suyo tan perfectamente como una máquina.
Ya no tuve sensación de risa,
ni de burla ni de extrañeza por la otredad, salí de mi escondite y me acerqué,
esta vez tan segura y directa como una
flecha, los tambores cada vez mas fuertes, los golpes más profundos y
permanentes
Bajó de sus manos, puso su
cara en mi pecho y lentamente, muy lentamente fuimos tranquilizando la música,
nos hicimos una bolita, y así, en la vereda, nos dormimos una siesta
entretejidos, mi corazón entre sus omóplatos, las piernas como sogas anudadas,
las manos bien juntas. La ropa se me dio vuelta, me puse sus zapatos, él se
puso mi nariz, y soñamos, soñamos al revés.