sábado, 21 de mayo de 2016

vecino de medio metro

Todas las mañanas a eso de las once se asoma, me mira desde afuera, balancea la cabeza de un hombro a otro, la sonrisa permanente, los ojos achinados, su zapatilla-trasporte lista para la travesía.
Lo veo así, tan dulce, tan feliz y me acerco, le agradezco por venir, le muestro la iguana de madera que puse a tomar sol hace mas de una hora, él la mira, apoya sus manitas y la mima, unos mimos nuevos, como si fueran los primeros.
Da unas vueltas al rededor de las cosas y de vez en cuando vuelve a darme sus ojos con la cabeza en diagonal.
Nos compartimos el sol esos minutos, nos queremos.
Toca todo lo que sabe que no tiene que tocar, yo lo dejo y le regalo un caramelo de fruta color naranja. Me voy hacia adentro sabiendo que aun no debo irme, pero entonces vuelvo a salir y es como saludarnos otra vez.
Me alegra tu presencia pequeño chino, ya es hora de que sepas que no barro tantas veces la misma vereda porque soy tan limpia, la barro para que salgas, para que salgas y me convides de tus ojos de miel, de tus manos de barro y tus cordones desatados.


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