Todo su relato me lleva a
películas, a calles, muertes, terrazas, amores, sexo y sillones donde nunca
estuve; pero prometo que siento su olor.
Confieso que me sorprende la
manera en la que velozmente enlaza las palabras; yo no puedo relatar así mi
vida, y mucho menos hacerlo sin nudos en el alma. Tengo el hermoso don de
emocionarme a cada instante; que se me trabe la lengua y empezar a desordenar
palabras; y si… ahora lo reconozco como un don, hasta que me pudra de nuevo y
recuerde esa teoría de mierda, y me sienta una burra emocional.
Todos sus llantos, todas las
esquinas que nombró, todo lo perverso y fetiche de ese amor bañado de histeria
y rico perfume; su dolor en la espalda por el esfuerzo de la infancia; la caja
con té en hebras en el mirador donde yo pasé mi adolescencia; tiene olor a mezcla.
Huelo todo junto: cáscara de
naranja quemadita en un hogar, amor y frescura, padre enfermo, placer oscuro,
sueño de color confuso por dormir toda una noche en una habitación llena
de humo, donde la gente planea, se pudren las pocas frutas arriba de la mesa, y
se guardan los odios.
Todo lo intenso que dice pasa por
mis piernas, me camina la sangre y me
transpira las manos; pero aquella dulce y pícara mujer sabia que nombra; me da
alivio sin intermitencia. Esa mujer es grande, rebelde y sensible; juro que se
le eriza la piel y saborea todo.
Cada una de las frases que pronuncia, los ojos que le brillan
al contarme y se pierden recordando, me hacen temblar; no sé si por amor o
empatía; no sé si por el miedo a estar nuevamente frente a otro Dios; o por lo
terrible y precioso de esta vez sentir, que también yo soy Dios, a veces
frágil, tan volátil, tan alegre y fácil de destruir como un panadero o la
ceniza de una hoja de papel; pero Dios.
Y está claro que el secreto es
jugar, crear milagros como Ud. lo hizo, dibujar en la mente todo el pasto verde
y la calma que anhelamos.
Divertirse…como dijo Elena.
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